Bernardo Montoya

Bernardo Montoya (1979) estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. En 2006 se graduó como artista plástico de la Universidad de los Andes, institución donde realizó su especialización en Historia y Teoría del Arte Moderno y Contemporáneo (2009). En 2020 obtuvo su título de magíster en Historia del Arte. Fue ganador del Programa Nacional de Estímulos 2021 del Ministerio de Cultura de Colombia con su obra Magmatismos. Obtuvo mención de honor en el V Salón Bidimensional de Arte de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, en 2011. Ha exhibido sus obras, tanto colectiva como individualmente en Colombia, México, Estados Unidos, Ecuador, Bélgica y España.
Su obra Semilla (1492) fue emplazada de manera permanente en el Dante Fascells Park de Miami. Hace parte de La Colección de Arte de la Fundación Amigos de las Colecciones de Arte del Museo del Banco de la República de Colombia-MAMU. Fue ganador del Programa Nacional de Estímulos 2021 del Ministerio de Cultura de Colombia con su obra Magmatismos, seleccionado para participar en el III Premio Bienal de Artes Plásticas y Visuales Bogotá, en 2014. Obtuvo mención de honor en el V Salón Bidimensional de Arte de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, en 2011. Ha exhibido sus obras, tanto colectiva como individualmente en Colombia, México, Estados Unidos, Ecuador , Bélgica y España.

Viaje estático


Cerámica de alta temperatura 1250º,magma y óxidos.
1Dimensiones variables
Cortesía de Galería Salón Comunal


© Casa Hoffmann 2024


Entrados en 2020, Bernardo Montoya nos invita a seguirlo en un viaje entre la diversidad del vulcanismo Andino, parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, como metáfora terrestre del proceso artístico en búsqueda de mecanismos de liberación ante el confinamiento. Es un recorrido propuesto desde el espíritu del viajero naturalista y explorador, impulsado por el deseo en tensión de encontrar y dejar ir la otredad mientras se investiga y aprende. No hay un sentido predeterminado distinto a la confianza en la brújula de la curiosidad y en el desenvolverse del camino. Cada volcán tiene un lugar, una forma y un trazo. Estas cualidades registran la esencia particular de cada volcán en sus múltiples temporalidades; testimonios del carácter en que las montañas de fuego modulan la liberación de materia y energía mientras perturban el entorno sensible. Con cada erupción el volcán se dibuja a sí mismo como territorio líquido, más que humano, capaz de transformarse y transformar. La acuarela y la cerámica materializan, por fin, los secretos ocultos, las transmutaciones de fundidos en espumas, líquidos en vidrios, fluidos en atmósferas, lavas en piedra, cristales en cenizas, magmas en paisajes, suelos en organismos; las rutas son infinitas. Más allá de percibirlo como fuerza devastadora o catastrófica, el Acto Volcánico se nos revela como un orgasmo cósmico potenciador de vida, de nuevos sustratos y de nuevas posibilidades. Así, la obra se nutre de lo impredecible. El arriba es al abajo, como el adentro al afuera, el silencio al sonido, la luz a la noche, el presente a la memoria, el pasado al futuro. Nada puede ser percibido sin la existencia del otro y sin que esa otredad reciba lo que vamos siendo. Oquedades, protuberancias, texturas, rugosidades son las huellas tatuadas del poder de dar y quitar; manifestación del cambio latente en dimensiones que trascienden las escalas humanas. Es natural, entonces, que en los volcanes habiten dioses, diablos, ninfas, presagios, hechizos, mohanes, serpientes y duendes; son los dueños de lo que los humanos no podemos controlar. Ante el encuentro con las fuerzas volcánicas y liberadoras como proceso creativo, nace espontáneamente el ritual. Para acercarse y conocer, hay que pedir permiso mientras nos rendimos ante la Belleza: la otra cara del peligro.

Texto original de Natalia Pardo.